RIEGO

RIEGOS Y DRENAJES
RIEGO

RIEGOS Y DRENAJES /AGRONED ON LINE/EDGAR GUERRA/V.Sancho / F. Villavicencio

 

Riego

{m.} | irrigation, watering

 

 

u (De regar); sust. m.

 

1. Irrigación o distribución de agua sobre una superficie de terreno o sobre las plantas: las zonas más afectadas por la sequía serán dotadas de canales de riego; el riego de los geranios se ha convertido para él en un ritual todas las mañanas.

2. Dispersión de un líquido sobre un cuerpo: esta tarta de nata estaría mucho mejor con un riego de whisky.

3. Agua disponible para regar: este año, el riego ha sido más bien escaso en toda la región.

4. [Colombia] Conjunto de flores y hojas que se arrojan a la calle durante el paso de las procesiones.

 

Sinónimos

Irrigación, aspersión, rociamiento, humedecimiento, ducha, remojo, dispersión, pulverización, chorro, agua.

 

Antónimos

Secado, sequía.

 

& [Anatomía] Riego sanguíneo.

 

Circulación de la sangre por venas y arterias, y cantidad de este líquido que nutre los tejidos y órganos del cuerpo. (Véase Circulación sanguínea).

 

& (1)[Agricultura] Riego.

 

Aporte artificial de agua al suelo o al aire, para proporcionar a las plantas la humedad que requieren para su desarrollo. El agua en el suelo arrastra sales disueltas y otros nutrientes que la planta absorbe por medio de las raíces, en primer lugar, y de las hojas, de forma secundaria. En agricultura y jardinería, el riego es una práctica suplementaria al aporte de agua natural que proviene de las lluvias, de las nevadas o de la humedad atmosférica.

 

En el caso de las plantas domésticas que crecen en interiores o en invernaderos, el aporte de agua es planificado cuidadosamente de acuerdo a las necesidades de la especie concreta que se cultive, a las características del sustrato, al volumen de tierra y de otros factores externos como la temperatura y la humedad relativa del aire. En este caso, la planta depende exclusivamente del riego artificial programado.

 

Las plantas en estado silvestre se encuentran más o menos adaptadas al clima y a las condiciones de aporte hídrico que provienen de las lluvias, las horas de luz, la nieve o de la humedad atmosférica y el viento. Las plantas cultivadas en terrenos destinadas a la alimentación o al ornamento, en muchas ocasiones no se encuentran en sus condiciones naturales de desarrollo. El agricultor o jardinero exige un desarrollo mayor y más rápido de las plantas, para ello recurre al riego y a otras técnicas de aceleración del crecimiento y mejoras de los cultivos.

 

Fisiología del agua en las plantas

 

La planta, en su proceso vital, absorbe agua a través de las raíces y las hojas y la elimina fundamentalmente a través de éstas últimas mediante la transpiración. El agua absorbida a través de la epidermis de las raíces pasa a los tejidos interiores gracias a la presión osmótica que se genera, ya que los coloides ricos en sustancias, contenidos en células y tejidos internos, crean una diferencia de presión osmótica con el líquido exterior a ellas. La diferencia de tensión actúa como una bomba, y el fenómeno de la capilaridad actúa como la bomba secundaria que eleva el agua a través de los vasos que constituyen el armazón interno de la planta.

 

La planta utiliza el agua para la realizacion de muchos procesos bioquímicos. Existen procesos que implican, por un lado, pérdida de agua a través de las hojas por transpiración, y por otro, absorción de energía solar o química, fenómeno conocido como fotosíntesis, que se realiza gracias a la presencia del pigmento clorofila. La transpiración es especialmente intensa en las hojas: el agua pasa al exterior a través de los poros (estomas) localizados en la epidermis de las mismas; solamente un pequeño porcentaje del agua absorbida por la planta queda retenida. Esta porción siempre renovada pero de porcentaje relativamente constante se denomina técnicamente agua de constitución.

 

El volumen e intensidad de la transpiración es peculiar en cada especie y tiene como factores externos la cantidad de luz, la temperatura, el viento, la humedad del aire y otros factores de menor importancia.

 

La relación de pérdida de agua y absorción de la misma implica un equilibrio que depende de múltiples factores; cada planta tiene un nivel de evaporación que depende de las características genéticas de la misma. En este sentido, los cactus y las plantas suculentas por una parte, y las plantas de hoja ancha cuyo hábitat natural son los bosques lluviosos, por otro, constituyen los dos polos opuestos del balance hídrico de las especies. En ambos casos, las plantas han adaptado su constitución fisiológica y morfológica a las condiciones de su entorno y a su clima.

 

Los cactus y otras plantas de desierto han eliminado parcial o totalmente las hojas, relegando las funciones de síntesis de la clorofila a la epidermis de los tallos. Este tipo de especies y otras adaptadas a condiciones de aridez se encuentran generalmente recubiertas de una capa cérea que evita la evaporación; durante el ciclo diurno cierran los estomas para el mismo fin.

 

Un ejemplo de resistencia y adaptación a la sequía la ofrecen unos diminutos cactus del género Turbinicarpus. Son capaces de resistir hasta seis años de completa sequía, para lo cual van encogiendo paulatinamente sus tejidos externos hasta quedar sepultados entre el polvo y la tierra. Las raíces se secan y se reducen a una mínima expresión. Cuando las lluvias llegan después de meses o años, la planta parte de los tejidos mínimos que permanecen vivos para reiniciar un vertiginoso desarrollo y florecer, esto es, entrar en fase reproductiva. En este caso extremo de aridez la pluviosidad media anual se aproxima a cero. (Véase, para más información, La vida en el desierto en Desierto).

 

El extremo opuesto lo constituyen las plantas de hoja grande y perenne que viven en los bosques lluviosos (rain forest); en este caso, las plantas almacenan poca agua en los tejidos y en cambio ofrecen una gran superficie de evaporación para realizan la función clorofílica a través de las hojas; las especies que viven en la umbría boscosa desarrollan grandes hojas  para aprovechar la escasa luz reinante en su nivel; en consecuencia, poseen una enorme superficie de transpiración. (Véase, para más información, el apartado Selva lluviosa tropical en Bosque).

 

Pluviosidad y climas

 

En el mundo existen zonas donde la pluviosidad es prácticamente cero, como en el desierto de Azca en América y el de Assuan en Egipto. El extremo opuesto se encuentra en Assan, India, donde se registra una pluviosidad media anual de 15.000 mm. Entre estos extremos se han clasificado los climas, según la precipitación anual medida en milímetros, unidad que expresa el espesor de la capa de agua que se recoje en una superficie lisa, nivelada y sin poros; equivale a un litro de agua por metro cuadrado se superficie.

 

Se considera que un clima de precipitaciones menores a los 250 mm de agua recogidos en el término de un año corresponde a los climas áridos y, por tanto, a suelos áridos; en esta categoría se encuentra el 25% de la tierra del mundo. Entre 250 y 510 mm se consideran climas semiáridos; el 30% de la superficie terrestre se encuentra en esta categoría de suelos. Si las precipitaciones anuales registran entre 510 y 1.000 mm se considera como semihúmedo. Un 20 % de la superficie se encuentra en esta categoría. Un clima húmedo se considera que registra entre 1.000 y 1.520 mm de precipitación; un 11% de la superficie cumplen esta cota de pluviosidad. Los climas entre 1.520 y 1.030 mm son climas muy húmedos, solamente un 5% cumplen este requisito. Los climas lluviosos comprenden otro mínimo de 5%; registran una pluviosidad anual superior a 2.030 mm anuales; sin embargo, estas dos últimas categoría contienen la mayor diversidad del planeta y cuentan con el mayor número de especies de plantas.

 

Características del suelo

 

El sustrato en el que se desarrollan las plantas es otro factor determinante de la necesidad de agua, y por tanto de la frecuencia de los riegos. Los suelos en los que predomina la grava y la arena compuestos por partículas gruesas permiten la filtración (percolación) del agua y se dice que son permeables a ella.

 

Se consideran suelos permeables aquellos que poseen una predominancia de partículas sólidas mayor a 0,05 mm de diámetro como promedio. Estas partes de la tierra no administran nutrientes, ya que son químicamente inertes, sin embargo, permiten el drenaje para el flujo de aire y agua, necesarios para la mayoría de las plantas e imprescindibles para cierto tipo de especies como los cactus.

 

En el otro extremo se encuentran los suelos impermeables, llamados arcillosos o limosos; se encuentran  provistos de partículas muy pequeñas, cuyo diámetro se encuentra entre las cotas 0,005 y 0,002 mm. Estas partículas proporcionan algún nutriente a las plantas en forma de minerales, al componer una masa de materia más compacta con menos espacio entre partículas, las cuales frenan el paso del agua y constituyen la materia básica de los suelos impermeables.

 

Cuanto más finas son las partículas mayor es la tendencia a compactarse, y por tanto más impermeable se hace. Los suelos limosos y algunos arcillosos pueden compactarse y evitar la absorción del oxígeno que realizan las raíces, oxígeno necesario para la oxidación de las sustancias nutritivas y por tanto para el metabolismo de la planta. Una planta en suelos muy compactos puede ahogarse por falta de aire y por tanto marchitarse, aunque contenga humedad.

 

Un caso particular de suelos de partículas finas lo constituyen las arcillas, las cuales se aglutinan fácilmente en terrones capaces de retener oxígeno, agua, iones libres y varios compuestos, por lo que permiten procesos de oxidación y otras formas de actividad química.

 

Estos suelos arcillosos son muy importantes en agricultura, y las técnicas de selección y mejoramiento han llevado al desarrollo de sustratos con condiciones físicas y químicas ideales para los árboles y otras plantas. Desde el punto de vista del riego, los suelos arcillosos retienen una buena cantidad de agua, ya que se hinchan y al formar capas finas superficiales evitando la pérdida de agua por evaporación. Se considera que los suelos agrícolas de buena calidad suelen contener arcilla en una proporción que va desde el 10 al 40%.

 

Otro componente esencial en el suelo es el humus, el cual está formado por materia descompuesta y materia viva o en proceso de descomposición. Por su característica es capaz no solo de retener agua sino de permitir una actividad química y biológica intensa en el seno de sus partículas y líquidos. El humus es el componente orgánico esencial en el contenido del suelo para el correcto desarrollo. Es condicionante para el crecimiento de todas las plantas alimenticias.

 

El porcentaje de arena, limo, arcilla y humus, además de los nutrientes en forma de sales y otros compuestos, determinan las características físicas químicas y biológicas del suelo. Cada planta requiere de una combinación particular de estos elementos; así los cactus necesitan tierras constituidas por una mayor cantidad de arena o de partículas gruesas inertes que de humus, y por el contrario, una planta que proviene de las selvas tropicales necesita para la supervivencia una cantidad de humus predominante.

 

Para los árboles frutales se requieren los suelos arcillosos con cierta cantidad de humus en su superficie y piedras o grava en la parte más profunda para permitir el drenaje del terreno. La permeabilidad permite al suelo que el agua no se encharque, pero sobre todo juega un papel importante el lavado del mismo, con lo que se evita la acumulación de sales como las de calcio, que modifican el grado de acidez y modifican, a veces gravemente, las condiciones quimica que permiten la sobrevivencia de las plantas.

 

La acidez del terreno es un factor esencial y su grado depende también de las especies. Hay plantas adaptadas a suelos ácidos o básicos, en general los extremos son perjudiciales para la mayoría de ellas. Los suelos compuestos por turbas, propios de las regiones húmedas y frías, como los que se encuentran en el norte de Rusia o en Escocia, tienen un carácter ácido. Los suelos de las zonas tropicales suelen ser neutros y los que corresponden a las zonas áridas y semiáridas, al encontrarse poco lavados, suelen acumular sales como las de calcio de reacción básica.

 

Parámetros del agua en las plantas

 

La capacidad de retención de agua para los distintos tipos de tierra se expresa en porcentajes. Los suelos arcillosos son los que tienen una mayor capacidad de retención, la cual se expresa en un porcentaje que varía entre el 35 y 30%. Los suelos limosos retienen entre 25 y 18%; los terrenos limo-arenosos retienen un promedio entre 15 y 12%. Los suelos de arena retienen solamente entre 10 y 6%.

 

La capacidad de retención se determina tomando una muestra de suelo húmedo (no saturado de agua), el cual se pesa para expresar su primer parámetro de peso húmedo (PH). Esta muestra se seca en una estufa a calor lento hasta su desecación; se pesa para determinar el segundo parámetro, el peso seco (PS). La capacidad de retención (CR) expresada en porcentaje se calcula con la siguiente fórmula:

 

 CR =  (PH - PS) X 100 / PS

 

Los suelos son más o menos permeables al agua de lluvia o riego dependiendo de su estructura. Los suelos arenosos y los que cuentan con partículas gruesas permiten una mayor filtración del agua pero, con los riegos sucesivos la tierra, especialmente de los suelos francos y arcillosos, se compacta, reduciendo el espacio entre las partículas y por tanto dificultando la filtración. Los agricultores recurren al arado de la tierra para romper esta estructura compacta y formar terrones que facilitan la permeabilidad de las tierras y la penetración del aire.

 

La humedad de la tierra se mide con tensiómetros de humedad. El instrumento consta de un cilindro de cerámica que cuenta con poros de un determinado diámetro. En el interior se coloca agua u otro líquido y se introduce en tierra. El agua pasa del cilindro a la tierra a medida que esta se va secando, creándose un vacío que se mide en centésimas de atmósfera mediante un medidor de vacío provisto de un manómetro. La escala de 0 a 10 indica saturación de agua, en cuyo caso el riego no se realiza o se suspende. El índice de 70 indica un alto grado de sequía, que determina la necesidad del riego. Existen tensiómetros eléctricos que miden la resistencia de la tierra y cuya calibración en cada terreno es sencilla. Ambos sistemas permiten el riego automático.

 

Cuando una planta se encuentra falta de agua se dice que entra en estrés hídrico; técnicamente se expresa como marchitez y sus síntomas se observan externamente: curvatura de las hojas y disminución general del volumen de los tejidos o de su peso. El siguiente paso de marchitez se muestra en la paulatina sequedad y cambio de color de los tejidos foliares, la marchitez de las ramas y los tallos en su orden. Las especies vegetales tienen un punto en el que la pérdida de tejidos es irreversible. Este punto se denomina técnicamente marchitez permanente.

 

El grado de marchitez se puede deber a múltiples factores como la acidez del terreno, la carencia de nutrientes o la falta de agua en el sustrato; estos factores son variables para cada especie. Sin embargo, las características de pérdida de color y la forma de presentarse son distintas según sea por enfermedad, por falta de nutrientes o debidas al agua. Desde el punto de vista del riego, la marchitez de una especie específica depende del grado de sequedad del suelo. Puede ocurrir que la pérdida de agua sea superior al aporte o absorción que la planta puede realizar.

 

La planta pierde agua por transpiración y el suelo pierde agua por su superficie, tanto en forma de evaporación como por drenaje o movimiento producido por la gravedad en los suelos inclinados. Estos factores se denominan evapotranspiración. Este término es prácticamente medible e interesa para calcular el agua que requiere una planta o un cultivo en un terreno y en una unidad de tiempo.

 

Par compensar la pérdida por evaporación del agua se recurre al riego y en agricultura a las labores de campo que permiten una mayor retención; en el caso opuesto, en terrenos salinos, calizos o impermeables se recurre al acondicionamiento del suelo por drenaje para lavar la tierra y conseguir una disminución de la concentración de sales en el primer caso, y el drenaje del agua en el caso de suelos impermeables. Esto se consigue cavando zanjas o seleccionando la estructura de la tierra antes de la siembra. Esto es posible en el caso de los árboles, ya que puede cavarse un hoyo en el que grava, arcilla y humus se pueden adicionar por capas.

 

Las plantas requieren distinta frecuencia de riego en determinadas situaciones climáticas. En invierno, su necesidad es mínima y durante los calores del verano máxima. Así mismo, cada cultivo tiene su punto crítico de crecimiento en el que el aporte de agua es fundamental.

 

El período crítico de riego del maíz aparece cuando comienza a emitir la flor y surgen los cabellos tiernos de la mazorca. El período crítico de las patatas comienza con las primeras flores y termina cuando el tubérculo se desarrolla unas tres semanas antes de la fecha calculada para su recolección. El de la remolacha comienza con la brotación de las hojas y termina pocos días antes de la cosecha, período en el que el suelo debe estar simplemente húmedo. En las leguminosas, desde la aparición de la flor hasta los inicios de la formación de la vaina.

 

El período crítico del tomate existe desde la floración hasta que el fruto, aún verde, ha llegado a su máximo diámetro. El del pimiento en la floración. En las fresas, desde que comienzan a aparecer los frutos hasta su maduración. En los cítricos durante la floración y el desarrollo máximo del fruto. En la cebolla durante todo su período de crecimiento; y en la caña de azúcar durante la brotación de los renuevos.

 

Calidad del agua

 

Las aguas limpias que provienen de montaña generalmente se encuentran en zonas donde la pluviosidad es intensa y las tierras requieren poco aporte de agua, pero la mayoría de las zonas de riego se encuentran generalmente en regiones más o menos áridas, donde el agua que se obtiene por medio de pozos, canales o ríos no tiene suficiente calidad.

 

Las zonas áridas por su condición propia tienen los recursos hídricos generalmente mermados y en sus aguas se encuentran sales disueltas; las sales más importantes son las de calcio, sodio, potasio y magnesio, los cuales representan cargas positivas o cationes; las cargas negativas o aniones se encuentran en forma de cloruros, sulfatos o carbonatos. Estas sales se miden en miligramos por litro y su determinación se establece pesando el contenido en sales de un litro de agua puesto en ebullición, hasta que solo se encuentren los residuos sólidos depositados.

 

La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) ha establecido unas normas generales de la calidad del agua, considerando aguas de salinidad baja las que contienen menos de 450 mg/l; aguas moderadas entre los 450 y 2.000 mg/l y de salinidad severa a las aguas que superan la cota de los 2.000 mg/l. Estos valores suelen expresarse en unidades de conductividad eléctrica, ya que el contenido en sales es directamente proporcional a su conductividad. Esta unidad de conductividad es el milihomio por centímetro que equivale exactamente a otra unidad técnica  expresada como dS/m (deciSiemens por metro). Los valores equivalentes a la escala anterior son 0, 7 dS/m para las aguas de baja salinidad, de 0,7 a 3 dS/m para las de moderada salinidad y las aguas altamente salinas las que superan el valor de 3 dS/m.

 

La acumulación de sales en la tierra puede afecta de forma diferente a cada tipo de planta, ya que cada especie tiene una resistencia distinta a la misma; es sabido que las espinacas provienen de una familia abundante en especies resistentes a los terrenos salinos; sin embargo, la mayoría de los cultivos son sensibles a la sal.

 

Las plantas cultivadas que toleran la alta salinidad son la datilera, la remolacha, la espinaca, el algodonero, el nabo, el rábano y la colza, entre otras de menor importancia económica.

 

Toleran una salinidad moderada la vid, el olivo, el trigo, el maíz, la cebada, el arroz, el centeno, el sorgo, el girasol, la patata, el tomate, la alcachofa, la alfalfa, el pimiento, la cebolla, la zanahoria y la lechuga.

 

Las plantas sensibles a la salinidad son los frutales de hueso y pepita, como el ciruelo y el manzano. Entre las hortalizas se encuentran las fresas, habas, judías y guisantes, entre otros.

 

Si el agua de riego es abundante y la tierra se drena bien, el agua actúa a modo de arraste de sales y tiende a disolver su excedente, pero si el agua es poca o el terreno no drena lo suficiente las sales se acumulan hasta que las plantas se marchitan por exceso de sales.

 

El nivel freático de las aguas subterráneas es otro factor determinante. Si este nivel está próximo a las raíces es indudable que no puede realizarse un lavado de sales por riego, por ello el nivel de la capa freática se controla por debajo de un nivel el cual depende del tipo de cultivo (generalmente de árboles) y la longitud de las raíces profundas. Si este factor es controlado, es posible establecer las condiciones de drenaje y volumen de agua de riego necesario para que exista un equilibrio entre la acumulación de sales y el lavado; por ello, el volumen de agua de riego en este tipo de cultivos siempre excede al estrictamente necesario para el desarrollo de la planta.

 

Riego de superficie

 

El riego tradicional se ha ejercido por medio del encauzamiento de las aguas de ríos, lagos o presas hacia las zonas de cultivo. En este sentido la experiencia humana tiene miles de años. Los sistemas de surcos y tablas eran ya realizados con una técnica respetable por chinos, egipcios y árabes desde hace muchos siglos. La forma de acomodar la tierra y los cultivos según las necesidades del riego parece hoy día una técnica muy establecida. Al encauzar el agua por canales para ser regados se establece en primer término áreas delimitadas donde el agua debe correr libremente pero a un cierto ritmo, para ello el agua y los canales deben llevar una nivelación rigurosamente respetada.

 

Las tierras de pastizales son las que se riegan en áreas más o menos extensas y sin muchos requerimientos, pero en las tierras áridas o semiáridas el aprovechamiento y la distribución del agua es fundamental. La forma de establecer tablas, cuyo tamaño depende del cultivo, es una forma racional cuyo tamaño y estructura han sido perfeccionadas por una práctica agrícola de siglos. Las dimensiones y niveles de los bancales en donde se cultivan los naranjos y otros frutales están determinados por una regulación y experiencia enriquecidas por culturas orientales y occidentales.

 

Otra forma tradicional de recorte de la tierra para su adecuación al riego es la de trazado de surcos a nivel para que el agua sea guiada y distribuida homogéneamente a los cultivos. El volumen de agua recibido por el canal o aforo y la permeabilidad de la tierra determinan la longitud de los surcos. Si el agua es escasa, estos caballones deben ser más cortos para aprovechar mejor el liquido, y si el agua es abundante, los surcos que se riegan al mismo tiempo determinan una longitud que es directamente proporcional al volumen de agua por segundo.

 

Los surcos se trazan siguiendo las curvas de nivel de la tierra, así el líquido puede transcurrir libre y pausadamente, empapar los surcos al menos hasta su nivel medio y garantizar que la tierra se sature sin que haya derramamientos hacia el exterior del plantel, con la consiguiente pérdida de liquido y la erosión de la tierra de cultivo.

 

La técnica de regado se realiza por medio de acequias o canaletas que distribuyen el agua a las tablas o surcos. En los huertos familiares el cambio de agua se realiza abriendo con la azada el paso al surco o tabla, cortando el paso hacia el resto de la reguera. En otros huertos de mayor envergadura este proceso se realiza cortando el paso con una pequeña compuerta llamada tabla o tablacho, que se maneja generalmente a mano.

 

Desde que el agua entra en la cabeza de la tabla o el surco hasta que se llena completamente requiere un tiempo que depende de varios factores: los principales son la cantidad de agua, la pendiente o nivel, la permeabilidad de la tierra y la longitud de la tabla o de los surcos. El agua avanza formando una lámina poco densa hasta que llega al final de la tabla o surco, momento en el que la compuerta se cambia de posición para que el agua siga por la reguera y alcance a cubrir de agua la siguiente tabla o surco que tenga la compuerta abierta.

 

Riego por aspersión

 

El tipo de riego por aspersión consiste en la diseminación de agua, más o menos pulverizada, al aire, de tal manera que los cultivos reciben una especie de agua de lluvia artificial. El sistema se lleva a cabo siguiendo procedimientos y equipos fijos o móviles.

 

Los cultivos extensivos de alfalfa, maíz y otros suelen regarse por aspersión, al permitir una mayor efectividad y un menor coste, relacionado con la preparación del terreno, ya que no se requieren ni canales ni regueras, ni una correcta nivelación del terreno, como ocurre en el riego de superficie.

 

Se calcula que la eficiencia de este tipo de riegos supera en un 20 a 40% a otros tipos; conlleva, sin embargo, unas instalaciones en tubos aspersores, bombas generalmente potentes que gastan mucha energía, sistemas de almacenaje u obtención de agua y sistemas de filtraje que no siempre lo hacen viable.

 

La aspersión suele usarse partiendo de ríos o corrientes subterráneas con el consiguiente agotamiento de los recursos de agua. En verano, especialmente un porcentaje alto del agua diseminada en el aire se pierde por evaporación. Los cultivos, por otra parte, no siempre resisten los cambios de temperatura o la presencia del agua en las hojas, por lo que sufren enfermedades u otro tipo de deterioro.

 

Las instalaciones fijas generalmente cuentan con aspersores que giran y distribuyen circularmente el agua; tal sistema es utilzado en jardinería y en praderas o céspedes. Los sistemas fijos requieren una instalación de tuberías que se dividen y subdividen para cubrir el área del terreno a regar, y cuentan además con los aspersores que reciben el agua a presión para ser diseminada en el aire con un grado variable de pulverización. Los sistemas de aspersión son vulnerables al viento, el cual puede hacer irregular el área de riego.

 

Los aspersores pueden ser de baja presión y bajo caudal, en cuyo caso la presión de agua a través de las tuberías finales es menor a 2 kg/cm2. Este tipo de instalaciones es el que se utiliza en los jardines para regar comunmente el césped. El caudal de estas instalaciones no suele superar los 1.000 litros por hora.

 

Los aspersores de presión media trabajan a una presión entre 2 y 4 kgr/cm2; su caudal puede alcanzar los 6.000 litros por hora y el marco de riego puede superar los 20 m por aspersor. Se utilizan en agricultura. Los aspersores de alta presión superan la cota de los 4 kg/cm2 y alcanzan a emitir 6.000 y más litros por hora.

 

Los cañones de riego pueden llegar a dispersar al aire hasta 200 m3 por hora y utilizan una presión entre los 4 y 10 kg/cm2. Las instalaciones móviles pueden estar construidas con un cañón montado en ruedas o por un sistema de grandes tubos curvos con aspersores laterales montados sobre caballetes con ruedas. Este sistema se denomina Pivot y se utiliza para los riegos en explotaciones de cultivo intensivo muy extensas, en lugares áridos, tales como las del maíz.

 

Los sistemas de riego por aspersión suelen estar completamente mecanizados y su frecuencia de funcionamiento es automática, con temporizadores o con programas más sofisticados; la mano del hombre interviene solo en la instalación, vigilancia y mantenimiento del equipo.

 

Riego por goteo

 

En las regiones desérticas, donde la necesidad de agua es muy grande debido a las altas temperaturas y horas de sol, se cultiva mediante un sistema que permite el aprovechamiento máximo del agua; mediante este sistema, árboles y cultivos reciben una cantidad de líquido mínimo y escrupulosamente medido, que puede contener además de agua sales nutritivas.

 

El sistema es ingenioso y recibe el nombre de riego localizado. El más extendido es el goteo, aunque existe un sistema muy similar por microaspersión. En estos casos el riego se realiza

mediante tuberías situadas a flor de tierra o enterradas ligeramente. En los tramos puntuales situados estratégicamente, cerca de las raíces de la planta, se realizan unas perforaciones en la tubería o se sitúan unos pequeños aspersores para que el agua salga y riegue lentamente los cultivos.

 

Las plantas se acostumbran desde el inicio de su crecimiento a recibir agua en la zona regada y  al ritmo establecido por el sistema. Las tuberías están construidas mediante un sistema estandarizado que permite el acoplamiento rápido y la perforación o apertura y cierre de los orificios de riego. El resto de la tierra donde crecen los cultivos se mantiene seca, a merced de la lluvia como única fuente de agua. El espacio entre los cultivos se determina por las necesidades estrictas de la planta y el trasiego de la maquinaria.

 

La ventaja de este sistema es el ahorro enorme de recursos hídricos, ideal para zonas donde escasea considerablemente el agua. La frecuencia del riego permite que la tierra, en el entorno de las raíces, se encuentre siempre húmeda, por lo que las plantas se desarrollan bien. La cantidad de agua emitida no suele superar los 16 litros por hora en cada punto de riego o por metro lineal de tubería, para el caso del riego de árboles.

 

La microaspersión, en cambio, implica la emisión de agua al aire vaporizando prácticamente el agua; el caudal de este tipo de sistema es superior al del goteo, aunque sigue siendo muy inferior a los sistemas tradicionales: Las emisiones de agua oscilan entre los 16 y 200 litros por hora. Este tipo de instalaciones es muy utilizado en jardinería.

 

Este sistema de riego cambia completamente los cálculos y el concepto del riego, ya que el goteo implica la formación de una zona húmeda, cuyas características dependen de la estructura de la tierra. Esta zona suele denominarse bulbo y su forma depende de las características del suelo. Un suelo arenoso, por su propia condición de drenaje, dibuja un bulbo de humedad  profundo y estrecho, mientras que en las tierras arcillosas, el bulbo adquiere una forma más esférica, al absorber el agua aportada lentamente por capilaridad y gravedad a una velocidad que puede establecerse de antemano con el ritmo y caudal del riego.

 

La salinidad, en el caso del riego por goteo, se distribuye de una forma peculiar muy distinta al riego de superficie: la humedad se concentra en la parte central del bulbo y en la parte más externa se acumulan las sales, por lo que en estas situaciones puede observarse a simple vista un círculo más blanco alrededor de la parte externa de la planta.

 

Las raíces crecen en la parte más húmeda del bulbo y no se desarrollan en el área donde la salinidad se acumula. Este área salina actúa como una barrera hacia la penetración de otras raíces que pueden venir de fuera del cultivo a la par que confina las raíces del cultivar en una región específica, que puede calcularse manejando los factores que determinan la forma, la estructura y el diámetro del bulbo húmedo.

 

Las lluvias pueden reintroducir las sales desplazadas hacia el interior del bulbo, por ello, en los sistemas de riego por goteo se riega después de que las lluvias han cesado, para lavar la tierra y compensar el aporte de sales indeseables en la zona de las raíces de las plantas cultivadas.

 

Las instalaciones de riego por goteo parten de una base o cabezal en donde se almacena el agua para la preparación de la mezcla de líquidos; a continuación sigue una red de tuberías principales y secundarias que permiten una distribución adecuada del agua en el campo de cultivo. En el cabezal y los puntos de distribución se sitúan reguladores y medidores de presión.

 

En la base central de distribución de agua se sitúan maquinarias de bombeo a la presión requerida y filtros de diverso tipo, ya que el agua con las sustancias disueltas debe estar desprovista de arena, algas, sales no disueltas y otro tipo de partículas en suspensión.

 

Los sistemas de filtraje consisten en contenedores de acero llenos de arena como materia filtrante, sistemas de decantación o instrumentos que someten el agua a una autocentrifugación por turbulencia que se denominan hidrociclones. El resto de las instalaciones en los puntos alejados de la distribución pueden llevar filtros de maya de acero calibradas a un diámetro específico.

 

Para el acondicionamiento completo del agua y sus sales disueltas se utilizan productos químicos que acondicionan el agua; se trata de sustancias para eliminar algas y microorganismos que pueden afectar la libre distribución del agua. Aún así, las instalaciones de goteo se revisan periódicamente para desbloquear las obstrucciones; todo este sistema condiciona el tamaño y la complejidad de las instalaciones de riego por goteo, dependiendo del las dimensiones del campo de cultivo.

 

El material de las tuberías de goteo suele ser PVC u otro material similar; sus ramales se encuentran conectados con divisores en T o más complejos. En los segmentos y terminales de riego se instalan goteros de una amplia variedad, que va desde la simple perforación de la tubería hasta goteros que producen determinadas turbulencias a la salida de los líquidos, laberintos de distribución o aspersores de diámetros muy variables que vaporizan o emiten partículas de agua de diferentes diámetros. También existen tuberías de exudación construidas con un material poroso que emiten agua a lo largo de la superficie del tubo.

 

Historia del riego

 

La mayoría de las antiguas culturas florecieron en torno a ríos caudalosos donde las tierras poseían un alto grado de fertilidad: tanto los sumerios y babilonios como los egipcios trazaron sistemas de riego para distribuir el agua desde épocas tan tempranas. Los Egipcios realizaron y perfeccionaron importantes obras hidráulicas y establecieron unas rigurosas leyes para su distribución que fueron heredadas por los griegos, romanos y otras culturas mediteráneas. Con la posesión de la tierra y el derecho sobre las aguas se entrelaza la larga historia de clases y sus privilegios.

 

La tecnología de construcción de vasos de almacenamiento y canales de distribución se remonta a la época del bronce, si bien sistemas de noria u otros más primitivos como la elevación del agua mediante la fuerza humana o de animales se remonta al periodo neolítico. Estos sistemas se encuentran registrados en pinturas rupestres en medio del desierto del Sáhara.

 

En China la irrigación se remonta a más de 4.000 años de antigüedad. Se puede decir que las grandes culturas crecen a expensas de los ríos y son aprovechados para el desarrollo de la agricultura, la cual a su vez,  permitió el crecimiento de las poblaciones y su bonanza relativa. En el siglo VII antes de Cristo se construyó en China un sistema de canales de más de 1.000 km de longitud. Este sistema de canalización fue denominado Gran Canal Imperial. Los sistemas implantados por los chinos han tenido en cuenta los factores ambientales y de preservación natural que les ha permitido el aprovechamiento y la explotación de las mismas tierras de cultivo durante más de 4.000 mil años sin deteriorarlas. Este hecho habla de una política de riego ejemplar y evolucionada que otras culturas no tuvieron.

 

En Babilonia se llegaron a realizar grandes obras de construcción de canales y diques, especialmente durante el reinado de  Hammurabi (1792-50 a.C). Parece ser que la decadencia de la civilización mesopotámica se debió entre otras causas a la decadencia de los cultivos, ya que los sistemas de irrigación permitieron una excesiva acumulación de sales que arruinó poco a poco los cultivos, cosa que no ocurrió en el sistema agrícola chino. La invasión de los Mongoles en 1258 trajo como consecuencia la destrucción y abandono de las gigantescas instalaciones de riego, cuyos restos han estudiado arqueólogos como Willcocks (1911) y Huntington (1924).

 

Los egipcios tenían un sistema de riego denominado inundación. Durante la época de crecida del río Nilo, las aguas eran guiadas a grandes extensiones de cultivo para que inundaran las tierras durante una semana o varios días. A continuación, retiraban el flujo de agua hasta que las tierras adquirían la humedad adecuada para iniciar su cultivo; este sistema permitía además acumular el limo que el río Nilo transportaba a lo largo de su recorrido. Las épocas de sequía se amortiguaban gracias al agua acumulada en la tierra regada por este método.

 

La historia agrícola del Valle del Nilo es la historia de las grandes obras. La tradición de riego ha evolucionado: en la actualidad se riegan más de dos millones y medio de hectáreas en el mismo valle; se han construido grandes obras como la Presa de Assuan, cuyos efectos sobre el medio y los restos arqueológicos han sido motivo de acerbas críticas.

 

Los romanos realizaron a lo largo de su extenso imperio obras hidráulicas que aprendieron de los complejos sistemas trazados con anterioridad por los Egipcios y otros pueblos que dominaron. En España son notables los acueductos de distribución de agua construidos durante su dominación. El sistema de canalización debía salvar las diferencias de nivel del terreno, ya que desconocían el sistema de elevación del agua por medio de sifones, y para ello construyeron acueductos como el de Segovia. En los alrededores de la ciudad romana de Mérida se encuentran aún presas como las de Cornalbo y Proserpina. El sistema que utilizaron para elevar el agua fueron las tradicionales norias presentes en casi todas las culturas agrícolas. En Cataluña y Francia se construyeron canales y otras importantes obras hidráulicas como las del Rosellón y el llamado Canal de Alarico, cuyo trazado se continua utilizando.

 

Los árabes convirtieron la agricultura en un arte y en una ciencia refinados. Los sistemas de distribución de agua fueron perfectamente trazados y sus leyes claras, ambos rudimentos de distribución de agua constituyen la base del sistema de riego del sureste español. En la época musulmana se construyeron una red de norias, sifones, acequias madre y sistemas ingeniosos para repartir el agua a zonas muy extensas de cultivo, tanto en valles como en laderas de montaña.

 

Abd al-Rahman III mandó construir en Écija, Sevilla, una red de acequias y su hijo Alhaquen II ejecutó importantes obras de canalización en Granada, Murcia, Valencia y Aragón. En el siglo XII, las tierras de secano de Lorca, Murcia, se convirtieron en tierras fértiles merced al trazado de acequias para el regadío. El arte de la distribución del agua se hizo sin la costosa y contraproducente construcción de presas. Solamente se conoce una obra hidráulica de esta categoría construida por los andalusí en Almonacín, Zaragoza.

 

Jaime I el Conquistador, basándose en las obras y trazados andaluceís, construyó la gran Acequia Real situada en el río Júcar. En la época de la conquista cristiana de los territorios árabes se construyeron acequias madre para el aprovechamiento de las aguas en los ríos Ebro, Ter y otros muchos.

 

Durante el reinado de los Reyes Católicos se inicia el sistema de derivación de aguas, conocido actualmente como trasvase; así la ciudad de Écija y sus agricultores recibieron el permiso real para derivar las aguas del río Genil, y Logroño obtuvo el permiso para hacer lo mismo con el Ebro. En 1510 se erigió en Zaragoza una presa en Gallur. Se concedieron privilegios reales para el aprovechamiento del agua, como los de la vega de Cinea, perteneciente a los caballeros de San Juan.

 

Los decretos reales regularon y establecieron la distribución del agua en la huerta de la isla de Aranjuez sobre el río Tajo. El siglo XV fue muy importante en Murcia para la limpieza, trazado y extensión de la huerta, y para su intrincada red de canales de distribución del río Segura. De manera paralela se ampliaron las redes en Valencia y otras regiones de riego en Andalucía. En Castilla se iniciaron en este siglo las obras del Canal de Casilla, sobre lo que se conoce como Tierra de Campos. En Aragón se estableció tanto en obras como en legislación real el Canal Imperial de Aragón. En Granada se estableció el sistema de riego de la vega conocida con el nombre de Apeo de Loayasa.

 

Sin embargo, la época de colonización americana y otros territorios del mundo llevó al abandono de las obras hidráulicas y de su mantenimiento, por lo que muchas grandes instalaciones se abandonaron hasta su deterioro. La pequeña parcelación y explotación popular mantuvo las obras que durante siglos se habían establecido en la Península Ibérica. El siglo XVII fue una época de creciente despoblación del campo. Los ejércitos y las ciudades absorbían la población activa de aquellos tiempos.

 

Durante el siglo XVI se realiza un inventario de ríos, lagos y aguas subterráneas para su posible aprovechamiento y legislación. En 1740 se construyó la Gran Acequia del Jarama, basándose en el complejo sistema heredado .

 

El gran impulso de canalización se renovó durante los reinados de Fernando VI y Carlos III. La Acequia Real del Júcar se extendió hasta la Albufera y el Canal de Tauste llegó a irrigar más de 6.000 mil hectáreas de terreno agrícola. En este mismo siglo se construyeron los pantanos de Valdeinfierno y Puentes.

 

En Valencia existe una ley muy antigua de las aguas y un Tribunal  de las Aguas que dictamina en los casos de conflictos del racionamiento y distribución de las aguas. Este tribunal es de origen popular y los decretos reales del siglo XIX reconocieron la validez legal de su jurisdicción hasta nuestros días.

 

Los siglos XIX y XX fueron las épocas de florecimiento de las obras públicas, se realizaron grandes obras hidráulicas con un criterio más bien constructivo que tradicional. La época de postguerra vio el nacimiento de numerosos pantanos cuya inauguración era el tema del Nodo y telediarios de la época de Franco. Aún así los sistemas de distribución de agua tradicionales siguen regando las más amplias extensiones de Murcia, Valencia y Cataluña, las zonas de riego de mayor producción de frutales y hortalizas de España.

 

El riego en el mundo

 

En el estado actual del clima en el mundo existe un alto porcentaje de tierra árida que se incrementa año tras año. Una tercera parte del planeta recibe menos de 250 mm de agua al año y otra tercera parte se encuentra en una cota hídrica árida comprendida entre los 250 y 500 mm anuales. Países como Egipto o Paquistán requieren para cubrir las necesidades alimenticias de un continuo e imprescindible riego. Las tierras de regadío se incrementan año tras año en función de la extensión de cultivos intensivos de gran extensión, pauta de la moderna y un tanto desequilibrada política agraria del mundo.

 

En el 82% del área total de riego en el mundo se utiliza el sistema de irrigación de superficie, y en la mayoría de los casos se trata de agua de ríos o arroyos distribuida por medio de canales abiertos.

 

En algunas regiones desarrolladas del mundo agrícola se riega intensivamente: en los estados del oeste americano el riego se utiliza durante diez y hasta doce meses al año para conseguir las cotas de producción que las grandes producciones agrícolas requieren o que la economía reclama para la obtención de la máxima ganancia. En el extremo opuesto está Montana, Estados Unidos, y en extensas regiones de tierra cultivada, la climatología permite el cultivo prácticamente sin irrigación.

 

De unas 250 millones de ha de tierras de riego en el mundo, en las que se incluyen tierras de cultivo, pastizales y áreas forestales, Asia concentra más de la mitad con 160 millones; China posee amplias zonas áridas y semiárdas en las que concentran los tierras de regadío: el total de este extenso país es de 50 millones de ha destinadas a tierras diversas de regadío. India posee 48 millones de este tipo de tierras y Paquistán, que se encuentra en la misma región económica y agrícola de la India, tiene 17 millones de ha.

 

América posee unas 38 millones de ha de regadío, de las cuales 20,7 millones se encuentran en Estados Unidos. Europa posee unos 17 millones de ha aproximadamente. En este continente, España registra el mayor espacio irrigado con 3,5 millones de ha. La importancia del riego en España se pone de manifiesto si comparamos su pequeña extensión geográfica con la Federación Rusa, que posee 4 millones de tierras de regadío, o con el continente australiano, con 2,1 millones de ha. (Fuente: Anuario de irrigación de la FAO para el año 1994).

 

Bibliografía

 

FUENTES Yagüe J. L.: Curso de riego para regantes. Mundi-Prensa 1998.

ISRAELSEN Orson W.: Principios y prácticas de riego. Reverte 1963.

GRANADOS Hidalgo: Métodos modernos de riego de superficie. Aguilar 1971.

VILLASANTE Losada A.: El riego, fundamentos hidráulicos. Mundi-Prensa Madrid, 1995.

 

Enlaces de Internet

 

http://www.fao.org/waicent/faoinfo/agricult/agl/AGLW/AQUASTAT/Aquastat.htm; (información sobre el agua en la agricultura y el desarrollo sostenible).

 

J. Manuel Gacía Villa

 

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